Wednesday, June 03, 2015

La fe que he descubierto y que siempre amaré

He descubierto una fe que establece claramente que sólo hay que adorar y obedecer a un solo Dios.

Este Dios, es nuestro creador, el creador de todo cuanto existe. El creador de mí, de mi cuerpo y de toda la gente que existe y ha existido. Es el creador del universo, y por tanto su único profundo conocedor. Este Dios no tiene paralelo, no tiene rival, por si alguna vez alguien pensó que lo tiene. Es el creador de nosotros y de todo.

Este Dios es uno sólo, pero es misterioro, nadie sabe cómo es, nadie lo ha visto, pero es el principio único, el principio y el fin de todo. No podemos conocer a este Dios, pero podemos ver todo lo que hace. Es absurdo que cualquier ser humano pretenda saber como es Dios.

Este Dios, es Dios. Dios está fuera de nosotros, Dios no es igual a su creación. La creación de Dios es diferente y separada de Dios. Es por eso que Dios no está dentro de ningún ser humano; nosotros, seres humanos, no somos divinos, ni podemos ser uno con Dios, ni tener comunión con Él. A Dios lo tenemos que buscar fuera de nosotros, aspirar a él y verlo con fe total. Así como cuando nos enamoramos de otra persona, la profunda alegría de nuestra vida proviene de fuera de nosotros, erróneamente por cierto,  así es el enamoramiento que debemos tener hacia Dios, a quien debemos ver como algo externo a nosotros. Sólo algo externo a nosotros puede ser real. Si creemos que Dios está dentro de nosotros, entonces no estamos seguramente sino engañándonos a nosotros mismos.

Todos estamos sometidos a Dios, todos los seres existentes en absoluto, pero hablaré especialmente sobre los seres humanos. Más allá de nuestro orgullo, de que en momentos de nuestra vida los seres humanos nos sintamos poderosos, con derechos sobre otros y con derecho de dictar las reglas del bien y del mal, al final de cuentas, la muerte nos postra ante nuestro creador, sin ningún remedio. A todos, absolutamente a todos nos llega ese sometimiento al creador, sea con la muerte o con sus similares, que son la enfermedad y la vejez. Pero he aquí que Dios es el creador de la muerte, de la vida, del amor, de las cosas más preciadas pero también de las cosas más temidas. Sólo El, conoce la razón de ser de la muerte, y lo que pasa después, más allá de las promesas que pueda dejar traslucir. Es absurdo que alguna persona pretenda saber si hay algo tras la muerte, es un misterio, que solo Dios sabe.

Decía que todos estamos sometidos a Dios, sea que lo queramos o no, pues es inevitable; el sometimiento al creador es una marea cósmica, irresistible, misteriosa, terrible y magnífica. Al ser seres creados, los seres humanos somos libres y podemos escoger lo que más nos plazca. Pero Dios nos pone pistas, a lo largo de nuestras vidas nos da el regalo de conocerlo y nos da la oportunidad de someternos a él, a su voluntad y mandato, aún en vida, en cuerpo y alma. Lo mejor de la vida es someternos a la voluntad de Dios en tiempos de salud, prosperidad y juventud. Siempre es más fácil someternos en tiempos difíciles.

Someterse a Dios es el mayor regalo que tiene el ser humano como opción de vida. Someterse a Dios mientras se está en vida, mientras se tiene salud, es el acto más maravilloso, sólo equiparable al acto del propio nacimiento.

Los seres humanos tuvimos un principio y todos tenemos un fin. Dios nos regala inmerecidamente, la historia de la comunicación que ha sostenido con otros seres humanos. La historia que han escrito muchos hombres, tangibles e históricos, de la comunicación de Dios con seres humanos concretos.

Porque a Dios, gran noticia, le gustan las historias. Regresaré sobre este tema.










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