Tuesday, July 14, 2015

Mi experiencia religiosa

Días de verano, como deben ser, calurosos, de noches cálidas, de luna menguante. A pocos días de que termine el mes sagrado del Ramadán, pienso por supuesto en mi experiencia religiosa. Por primera vez en mi vida, practico consistentemente una religión, esforzándome en hacerlo como debe ser, entregándome a la práctica espiritual, así sea con mis propias limitaciones y mi ignorancia.

Debo decir que ha sido la mejor experiencia de mi vida. Yo solía despreciar a la religión, porque no la comprendía. Ha sido el Islam el que me ha acercado a la experiencia de percibir a Dios, por lo cual estoy sumamente agradecido, con la vida, con el mismo creador, el clemente y misericordioso.

Hago una reflexión sobre la experiencia religiosa. 

EL RITO

Todas las religiones tienen un ritual, de una forma u otra. Los católicos, entre otros ritos, toman el pan y el vino que contienen el cuerpo y sangre de Cristo; algunos grupos protestantes practican sus cánticos e imaginan cómo desciende sobre ellos el espíritu santo; los hindúes se bañan en el río Ganges sagrado; los musulmanes oramos a Dios, de una manera específica, a ciertas horas del día, etcétera.

El objetivo del ritual es la adoración, la adoración a Dios, según lo concibe cada religión. El efecto más inmediato en el practicante es el olvido de sí mismo. Todo ritual religioso es un acto dedicado a Dios.

En nuestra vida moderna, todo lo que hacemos suele estar dedicado a nosotros mismos, o a nuestros seres queridos. Lo cual es valioso y necesario, pero llega a ser excesivo. Las 24 horas del día solemos estar ocupados, dedicados y atentos a nuestras propias vidas. Alimentarnos, trabajar para ganar dinero, tomar cursos, estudiar, leer, divertirnos, "superarnos", todo con el fin de edificarnos a nosotros mismos. Pero haré una pregunta a mis queridos lectores ¿No llegan ustedes a sentirse demasiado ocupados en sí mismos? A pesar de que nuestras acciones en favor de nuestras propias vidas, aun de nuestros seres queridos, llevan todas las buenas intenciones, ¿No siente usted que es demasiado estar ocupado las 24 horas en sí mismo, en sus necesidades, en sus anhelos, en sus intereses, en su satisfacción? En mi opinión, es demasiado.

En lo personal, llega un momento en que no me soporto a mí mismo, en que quisiera olvidarme de mi vida. Uno puede intentar las drogas, los excesos, los placeres, con el fin de olvidarse por algunos momentos de sí mismo. Pero decididamente no es suficiente, ni es por supuesto un camino aconsejable.

Para mí, esto me lo  ha dado la religión: la oportunidad de olvidarme de mí mismo, de ocupar ciertos momentos de mi vida cotidiana, para, de forma muy seria, dedicarlos a la adoración de Dios, del creador. Cuando empiezas a practicar en serio una religión, pareciera que no pasa nada, sin embargo --ha sido mi caso-- conforme pasa el tiempo --en mi caso algunos meses--, te vas dando cuenta de qué se trata.

Al momento del rito, pues, todo queda de lado para adorar a Dios. En ese momento no importan mis problemas, no importa si tengo dolor de cuello, si mi trabajo no me gusta, si no tengo tanto dinero como quisiera, si mis seres queridos tienen sus problemas.... todo eso queda suspendido, olvidado, al menos por ese momento, ya que ese momento pertenece a Dios. Y la realidad, es que la disciplina espiritual de la adoración a Dios, te va cambiando la perspectiva de la vida, y de tu papel en ésta.

LA FE

He descartado en definitiva, totalmente, la sola idea de que la fe que me ha tocado, sea la única verdadera, y que todos quienes no creen lo que yo, están condenados. Realmente no lo sé, no me corresponde a mí determinar eso. Pienso que por alguna razón existen muchas formas de acercarse a Dios, el clemente, el misericordioso. No sé si todas sean valiosas ante Sus ojos. Sin embargo, no es algo que yo deba decidir, ni siquiera pensar.

Pero lo que sí sé es que existe un creador, y ese creador es real. Existe. Pero existe fuera de mí. No comparto la creencia de que Dios está DENTRO DE MÍ. Cosa esta última que es evidente que forma parte de las creencias de mucha gente. Es decir, muchas personas creen que de alguna forma los seres humanos somos divinos, o que Dios puede "entrar" en nosotros a través de diversas maneras, según diferentes credos, que no detallaré aquí.

En el Islam, y me parece que también en la religión judía, Dios es el creador del universo, de todo cuanto existe, y es un ser que no podemos llegar a conocer; su esencia y su forma son misterios. Y ciertamente, toda la creación de Dios, es eso, una creación, que no forma parte de Dios. Por lo tanto, los hombres, los seres humanos, NO formamos parte de Dios, ni de ninguna manera somos divinos.

Sin embargo, Dios tiene a los seres humanos en un lugar muy especial. Además de que así lo dicen los libros sagrados, pensemos ¿Por qué habría Dios de dotar a los seres humanos de voluntad, razón, capacidad creativa y capacidad de decidir su propio camino? Dice la Biblia, "A su imagen y semejanza los creó, macho y hembra los creó", al referirse al hombre.

Hay personas que no creen en Dios, o dicen no hacerlo. Algunas de esas personas que dicen no creer en Dios son buenas personas, otras no tanto. Así como hay personas que se dicen religiosas pero que son malas personas, mientras algunas otras son ciertamente buenas. Hay de todo, pero mientras el ser humano no derrote a la muerte --y seguramente nunca lo hará-- , la idea de Dios siempre estará allí, disponible para quien decida acercarse.

Ciertamente Dios ama a todas sus criaturas, pero muy especialmente al hombre, su máxima creación en la naturaleza. Dios nos creó pero no nos dejó solos por ahí, sin guía ni cuidado. Dios se ha comunicado con los hombres y les ha señalado un camino para el buen vivir, para ser felices. ¿Cuál es ese camino?

LA MORALIDAD 

Desde mi punto de vista es muy sencillo. El papel del ser humano en esta vida es seguir el camino trazado por Dios, sin importar qué religión nos haya tocado practicar. Y es realmente sencillo: el camino trazado por Dios es hacer el bien, ser buenas personas y evitar el mal, e incluso, combatir el mal.

En primer lugar, tenemos aquello que se llama la moralidad privada, es decir, hacer el bien en nuestra vida personal y en nuestro entorno inmediato: seguir los 10 mandamientos, practicar el respeto hacia todas las personas y hacia la naturaleza, practicar el amor verdadero. Esforzarnos por ser personas justas, verdaderas, nobles, a la altura del creador nuestro. Asímismo, consiste en ser generosos, en hacer obras buenas que agraden a Dios. "Dios ama a los que obran el bien", dice el Corán.

En segundo lugar, tenemos la moral pública. Esta moralidad pública tiene que ver, desde mi punto de vista, con una frase pronunciada por Martin Luther King, el político estadounidense asesinado en 1968:  "No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena". Aquí vale la pena recordar que, en el caso del islam, el creyente está obligado a tomar como ejemplo la vida del profeta de Dios, Muhammed, (la paz sea con él). Pero también de Jesucristo y de los demás profetas. Muhammed, Jesucristo y los demás profetas tenían todos diferentes personalidades y formas de actuar, sin embargo, todos tuvieron en común que no limitaron su acción a su círculo personal y familiar. Ellos percibieron un llamado a cumplir una tarea en nombre de Dios, y la cumplieron. Dicha tarea tenía que ver con realizar actividades públicas: pronunciarse contra la injusticia, predicar el bien y actuar en consecuencia.

Con frecuencia, la mayoría de las personas nos limitamos a esforzarnos en nuestra vida personal, pero descartamos totalmente actuar para hacer de este un mundo mejor, un mundo que agrade más a Dios. Cuando una persona ha sido bendecida con el conocimiento y favor de Dios, con salud física y mental, con un entorno familiar amoroso, con amigos y gente querida alrededor, ¿qué sigue? Pues pienso yo que la mejor forma de ocupar esos dones preciosos, es ponerlos al servicio de Dios. ¿Haciendo qué? Pues pienso yo que dejando de ser indiferentes ante los problemas de mis vecinos, de mi comunidad, y si me apuran, de mi nación y de mi mundo.

¿Cómo puedo yo contribuir a servir a Dios en este mundo turbulento? Pues la respuesta a esa pregunta pudiera llegar del mismo Dios, el clemente y misericordioso, a quien el hombre es libre de dirigirse, a través de la oración.


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