Thursday, October 22, 2015

¡Oh, mi vida se ha volteado de cabeza! (III)

Continúo con mi relato sobre mi búsqueda espiritual que he realizado este año.

Debo aclarar que este Blog y todo su contenido no está dirigido a hacer prosélitos hacia alguna fe o religión en particular. Pienso fervientemente que Dios dirige a cada ser humano por diferentes caminos hacia un solo fin, que es llegar a Él, quien a final de cuentas es el creador de todo el universo y sus criaturas.

La finalidad pues de este Blog es compartir mi experiencia de una búsqueda espiritual que sin lugar a dudas ha tenido un lugar en mi vida, lugar del que apenas estoy siendo plenamente consciente.

Las personas pueden encontrar a Dios en la iglesia católica, en el hinduismo, etc. etc. etc. Tengo esa convicción, pero de cualquier manera no me corresponde a mí juzgar en ello. Lo importante es que una voz interior, indescriptible, hable a la persona y haga sentido en la vida de cada quien. Eso es todo. Me parece absurdo que haya personas que pretendan que la espiritualidad se reduce a promover algún culto o credo particular, y que afirmen que fuera de dicha práctica todo es perdición. Esa idea me parece simplemente absurda.

Aclarado esto, sigo con mi relato. Decía yo que había decidido que una forma de vivir una buena vida era seguir los pasos de Jesucristo, o más bien tratar de hacerlo, en cualquier tarea que a uno le haya tocado en la vida. Hay tratados completos, religiones enteras que están dedicadas a este tema.

Siendo un principiante en la búsqueda espiritual, decía yo en el post anterior que encontré las enseñanzas de una tradición proveniente de los hijos de Abraham, aquel profeta que estableció un pacto personal con Dios, detrás del cual se han modelado todos los pactos que los hombres han hecho con el Creador.

Esta tradición de los hijos de Abraham proviene de su hijo mayor, su primogénico, Ishmael, quien tradicionalmente es el ancestro del pueblo árabe, un pueblo hermano del pueblo hebreo, de donde es la casa de David, de la que proviene Jesucristo.

ADORAR A DIOS COMO LO HACÍA JESÚS

Adorar a Dios es servirlo, y servir a Dios es adorarlo. Servir a Dios es servir a tu prójimo, a tu comunidad, y servir a tu prójimo es servir a Dios.

Para aprender un poco esto que parece tan fácil, pero que puede llegar a ser tan difícil, pensé yo hace algunos meses, que debía al menos adorar a Dios de la forma más parecida a como Jesucristo lo hizo. Pero Jesucristo no invento todo lo que predicó, es decir, no había un vacío antes de que Jesús caminara en este mundo. Jesucristo era judío, hebreo, provenía de la gran tradición de Abraham y los demás profetas, y adoraba al mismo Dios de Abraham, que es el único y verdadero Dios.

Ya hombre mayor, Jesucristo decidió comenzar su trabajo público. Es decir, no sólo se quedó a vivir en su casa y ser una buena influencia sólo en su entorno privado, sino que sintió un llamado a incidir en su comunidad, y más adelante en su mundo todo.

PURIFICACIÓN POR EL AGUA

Pues bien, el primer rito que, en su vida pública, cumplió Jesucristo fue el bautismo, la purificación ritual por el agua. El bautismo es un rito que tiene sus raíces en las prácticas judías. El bautismo por el agua debe hacerlo la persona en plena consciencia, y es una purificación ritual.

Llámenle como quieran, pero los rituales tienen un poder muy especial. En este mundo moderno, descreído, donde el ritual más común es sentarse ante el televisor o abstraerse frente a la pantalla del teléfono o tableta móvil, se va perdiendo el valor que el hombre debe darle a los rituales, y más vale que sea a buenos rituales. Aunque no se trata propiamente de un bautismo, pero sí un ritual de purificación por el agua, el Corán, prescribe a los fieles lavarse parte de su cuerpo --cabeza, brazos y pies--- antes de realizar la oración ritual o Salah (صلاة). Más adelante hablaré más sobre el Salah, pero la purificación por el agua es el primer ritual o acto de adoración a Dios que mencionaré, que es similar a lo realizado por Jesús.

AYUNO

Después de ser bautizado, Jesucristo se fue al desierto donde ayunó, según los Evangelios sin probar bocado por cuarenta días y cuarenta noches.

Aunque el ayuno de Jesús parece haber sido un acto excepcional, la práctica del ayuno como ritual está bien establecida en la religión judía; en la iglesia católica también está recomendada pero no es prescrita como una obligación para el común de los fieles. En el islam, el ayuno es parte muy importante de la práctica de adoración a Dios.

El ayuno es obligatorio --una obligación de fe--- para los fieles durante todo el mes del Ramadán, el noveno del calendario lunar. Es un ayuno que tiene sus indicaciones. Está prescrito para personas de 13 a 59 años, que estén sanas, que no sean mujeres embarazadas ni lactando, y debe realizarse todos los días de ese mes, desde la salida hasta la puesta del sol. Es decir, el ayuno consiste en no probar bocado ni tomar ningún líquido durante todas las horas de sol de cada día del mes del Ramadán.

Yo tuve la suerte que tras abrazar la fe del islam, dos meses después tocaba el mes del Ramadán, así que me dispuse a hacer mi ayuno. Lo cual también me obligó, por cierto, a comunicar mi nueva fe a mi familia.

La práctica del ayuno fue toda una revelación para mí; yo que he tenido la suerte de que nunca ha faltado alimento en mi mesa, y que he incurrido en los excesos de esta vida moderna. Para decirlo claramente, jamás en mi vida había pasado verdadera hambre, y eso que sólo fue por horas seguidas, ya no días, que es como muchas personas, desafortunadamente, pasan en el mundo.

No es fácil de describir la experiencia, pero puedo decir que pasar el hambre resultante de dejar de llevarse alimento y líquido a la boca por 14 ó 15 horas seguidas es suficiente para hacerte pensar sobre los múltiples dones de Dios, y lo fácil que damos por sentado el alimento que ingerimos todos los días.

Además, mi ayuno del Ramadán tuvo un poder extraño sobre mi estado de ánimo. Me sentí mucho mejor en todos aspectos anímicamente. Esto no es nada extraño sin embargo, ya que en años recientes, los científicos han descubierto que los seres humanos tenemos "un segundo cerebro", y ese está nada menos que en nuestras tripas (Leer artículo científico aquí). Es decir es ahí donde tenemos más neuronas, después del cerebro. Es allí, entre esas neuronas colocadas a lo largo de todo nuestro aparato digestivo, que se dan los efectos de los neurotransmisores, que regulan nuestro estado de ánimo. O sea, que todo lo que nos echamos --y dejamos de echarnos-- al estómago tiene un efecto en la forma en que sentimos y percibimos el mundo.

Pasó además otra cosa de importancia y es que a mí me había siempre costado mucho trabajo --como a la mayoría de la gente, supongo-- controlar mis hábitos alimenticios. Siempre, pero sobre todo en los últimos años, me había costado mucho trabajo controlar los excesos de alimento, dejar de tomar refresco, moderar mi ingesta de café, de pan y de otras cosas deliciosas pero no muy saludables. Después de pasar por la experiencia del ayuno del Ramadán, ha habido un cambio decisivo en mis hábitos. A los fieles se les recomienda que aún durante todo el año, si bien no tienen que ayunar igual, traten de mantener el espíritu del Ramadán. Pues bien, a partir de entonces, sólo hago dos comidas al día, y las horas que ayunaba en el Ramadán, trato de que sean el mismo número de horas de ayuno ahora, sólo que en lugar de que el grueso sean las horas de vigilia, esta vez la mayoría de ellas son mis horas de sueño. O sea que de cualquier forma sigo pasando  entre 12 a 14 horas de no probar alimentos sólidos, aunque sí tomando líquidos.

De la misma forma, he dejado definitivamente el refresco de cualquier tipo, lo cual ha traído un gran beneficio a mi salud. Yo solía, cada que tenía oportunidad, sobre todo si me tocaba comer fuera de casa, acompañar mis alimentos con una "Coca Cola". Tras dejar ese hábito, me he dado cuenta lo pesado que me caía tomar un refresco con las comidas, con todas sus cucharadas de endulzantes añadidos.

Y así, de la misma manera, se me ha hecho más sencillo moderar la ingesta de pan, harinas, y he dejado definitivamente de comer la llamada "comida chatarra". Y todo ello porque quiero sentirme siempre, si Dios me lo concede, como me sentí durante mi Ramadán.

Esta modificación de hábitos ha traído un beneficio sin duda en mi estado de salud, y pues creo que también a mi aspecto físico. Un poco en broma, decía yo el otro día que ahora estoy tal como Dios me hizo, es decir, ni gordo, ni flaco, sino así, tal como Dios quiso que yo fuera.

Pero además, al ayuno y el resto de la fe, me trajeron otro beneficio, éste también inesperado, que también tiene que ver con mis hábitos de vida.

Continúa en el siguiente post

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En el nombre de Dios, el clemente, el misericordioso - بِسْمِ اللهِ الرَّحْمٰنِ الرَّحِيْ

La paz de Dios sea contigo - السلام عليكم





















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